11 de agosto de 2009

sonata de agonía

Resulta que tengo una amiga, que no sabe que es mi amiga, que vive en mi cabeza. Yo le hablo durante el día y ella lo hace durante la noche, aunque a veces coincidimos y hablamos unos minutos.
La escucho con atención, y recibo cada palabra de ella como un regalo invaluable. Aunque en ocasiones se equivoca, es muy sabia, y me cuenta historias increíbles de cualquier cosa que se me ocurra. Recuerdo que anoche me contó la historia de un joven muy soñador que gustaba de la música y ejecutar instrumentos, pero que no poseía el talento necesario para hacerlo profesionalmente como otros jóvenes virtuosos de su época. Entonces tomó su frustración y la llevó consigo en un largo viaje, a un lejano y solitario lugar. Llevó también junto a su escazo equipaje, los instrumentos que amaba y sin los cuales no habría sobrevivido. Llegó entonces a su destino un día nublado de Octubre, cuando los pájaros no cantaban y se escondían entre las ramas de grandes árboles, inquietas por el viento que empujaba con fuerza. Tomó lugar en su nueva morada, una casona abandonada hace años, que había pertenecido a algún antigüo pariente. En la soledad de aquel paraje, tenía absoluta libertad de acción y no tardó mucho tiempo más que el de desempacar, para comenzar a lanzar corcheas, blancas, silencios, tonos, medios tonos, tritonos y escalas completas. Pasaba el tiempo y no hacía más que tocar y tocar, ni siquiera comía, no había tiempo para eso, se alimentaba de la música. Unos meses pasaron sin que el desistiera en su labor, y la técnica se había pulido, la capacidad interpretativa superaba a cualquiera, las improvisaciones duraban largas horas y eran un completo hito compositivo.
Escribió más de treinta magistrales obras antes de morir un día soleado de Febrero, cuando los pájaros cantaban y el sol bañaba el verde del paisaje con su luz interminable.

Pancho Donoso 'Woodstowsky'

No hay comentarios:

Publicar un comentario